SAN MARTIN

El tren pasó velozmente, sin escuchar los gritos de la persona que quedó debajo.Nada, la nada, sólo su olor. Se sentía la muerte que sin duda alguna había sido buscada. En los alrededores gentíos y murmullos de catástrofe, sólo unos segundos y un auricular de un walkman en la oreja. ¡Pena! Era una buena chica. Apenas se enteraron, sus padres negaron con énfasis el reconocimiento de un cadáver: imposible saber con exactitud si era una persona fallecida o una masa de tripas. Sin embargo su madre sabía que era ella, por esa marca desfigurada en el más íntimo de sus recovecos, se acordaba con los cabellos de la nuca electrizados de las largas charlas y llantos desesperados, gritos agudos de ayuda y también de alegrías que no cabian en un pecho.
Su padre bajó la cabeza y dijo:
-Nuestra hija ya aparecerá, se habrá ido por ahí a despejarse por unos días, no es ese montón de carne putrefacta y muerta, parecido a un collage de esos artistas bajo el efecto de algún que otro estimulante.



Perdió todo lo que nunca tuvo o lo que nunca sintió poseer, desde los alrededores observaba con miedo la continuidad de la vida de los seres que la rodeaban, temía hasta por los que no la quisieron bien, sobre todo eso, gran equivocación para una vida tan corta; lo último que había escuchado dirigido a ella fue en otro idioma, su segundo idioma:
-No, equivocado!.
Y un teléfono colgado con su música de ocupado; su carne pútrida de dolores incurables aquí y en el mas allá fue cremada y esparcida, tal como ella lo deseó, en aquel lugar donde trabajaba la persona que la dejó colgada en su nuevo teléfono, este personaje con sus ausencias se enteró de lo sucedido y fue a buscarla muerto de pena y angustia al mar, donde se encontraron y finalmente concretaron lo que en esta vida les fue casi imposible.

Corrector Literario: Gons (Existir Todavía)