Con los dedos
Quería contar sus días con los dedos de una mano.
Las culpas atormentaban cada instante de su insignificante vida.
Un solo estallido más y su corteza cerebral se destrozaría, resquebrajándose como un vidrio y luego cayendo en pedazos de algún tipo de carne, porciones sangrientas a las cuales aves de rapiña, perros muertos de hambre, y algún que otro gato con menú exquisito atacarían sin pudor.
Tan solo eso, y no sufriría más.
¿Las esperas interminables, el frío, las ansiedades dignas de camisas de fuerza y los sentimientos enfurecidamente indomables en todos los sentidos acabarían?
Vestía unos jeans gastados, un pulóver rojo y zapatillas, el cabello suelto y la mirada perdida.
Nunca supo de este final, lo percibió con perfumes agradables y una sensación de bienestar digna de compararse a un abrazo tuyo.
El barrio nunca fue igual.